Abre los ojos el pequeño sol rojo. Nace como los dientes de leche de un león. Una mujer envuelta en sábanas blancas se acerca al arrollo. Arrodillada bebe el agua con sus dos manos haciendo un puente hacia su boca. Atrás, en las pequeñas casas, comienza la jornada. Los niños tempraneros morenos salen al ruedo como jilgueros cantando en palabras jeroglíficas. La mujer se reincorpora, mira su casa, cruza entre las ramas y deja su cuerpo desnudo justo en la puerta, dobla la sábana y la engancha en un caño en la puerta. Francisco, uno de los pocos hombres, la ve cruzar entre los árboles como un pájaro, como un puente hacia su boca. Lisiado, flaco, casi muerto de sol de hambre de hijos Francisco se para delante de la sábana y aplaude. Grita su nombre (creo que María) Las manos de María corren las sábanas, sin bordados, las sábanas a secas. María saluda y tímidamente le pregunta si hay noticias de Asunción. Ninguna, le contesta él. Francisco la mira, se da vuelta, y de su bolsa de comida, saca panes y verduras que María agarra despacio descalza, ya esta vestida con una remera blanca, fina, cocida por las tejedoras del pueblo. Regalo de su esposo, el que no esta, el ido a la guerra a pelear por el Paraguay. Francisco continúa y casa por casa va dejando la comida. Son unas cuantas casas que apenas pueblan el lugar.
La tierra roja se levanta y los hombres con unas pocas lanzas se enfrentan al ejército que viste con cuero de cerdo, el destino de toda su vida, la piel de cerdo que lleva consigo el Ejercito Argentino.
Su hijo Nicolás, se va pronto. Lo sabe, desde hace un tiempo el diablo lo viene llamando. Sus manos ya son fuertes como para clavar la espada en la cintura negra de los brasileros. María corta el pan despacio, dividiendo no en números matemáticos sino en instintos salvajes de supervivencia. Las camas comienzan a moverse, las paredes de la casa como un colador deja entrar los rallos de sol por todos lados, los gallos a cantan en los estómagos de los 7 hijos que duermen. Entra una señora gorda, madraza, con un niño en su teta, que chupa y chupa, una sangijuela que se salvara de la guerra pero no del hambre. Entra la señora con el niño en su teta y levanta al más pequeño con una caricia en su cabeza. Se sienta al borde de la cama, y todos los niños levantados se acerca a ella. En fila van devorando sus tetas. Mientras María termina de cortar el pan, les da uno por uno los pedacitos de pan a sus hijos. La mitad de pan aún no cortado se lo da a la mujer sentada en la cama. Ella lo agarra y se va. María, agarra uno de los niños que no llego a levantarse y le da de mamar de su pecho, unos segundos luego se lo saca de su pezón. Le da un pedazo de pan.
La virgen, inmóvil en su altarcito pobre, la ve rezar y no hace nada no manda ningún mensaje, no puede hablar. María se arrodilla como los aliados en la guerra se arrodillan con el más allá ese Dios Ingles, esos bancos que prometen alimentar sus barrigas. María se arrodilla y la virgen inmóvil no reza con ella, sólo la mira como a un animal.
domingo, 1 de marzo de 2009
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