sábado, 18 de julio de 2009

Extraño las historias
de la travestí paralítica.

miércoles, 29 de abril de 2009

La primera lágrima

El agua se sacudió y una espesa espuma blanca rodeó a la Hidronave Torpedera que patrullaba, sin premura, el canal. El Sargento Smith y Humo no se inmutaron, siguieron mirando, duros, el horizonte. Daba la sensación que el sol se hundía, como una esponja vegetal, en el agua. Cuatro soldados sin nombres subieron a cubierta, saludando con el maximum respeto al Sargento. Humo ni los miró, aunque los cuatro soldados se detuvieron en las distintas quemaduras que poblaban el cuerpo de Humo. Adentro, en el cuarto de máquinas, el siempre sonriente Almirante, frenó el motor. El clima era húmedo y el calor se hacia cada vez más agobiante. Qué mierda hacés, gritó Smith. Del fondo del canal brotaron unas burbujas que apestaron las aguas pero a ninguno de los tripulantes de la Hidronave les afecto. El almirante subió a cubierta, casi no pasaba por la puerta y su ropa no combinaba con las del resto del escuadrón. Su pantalón y remera siempre planchada y ajustada sacaba de quicio a Smith. Por eso, el Sargento seguía, en voz alta, insultando al Almirante y esté, una vez llegado a cubierta, como de costumbre, seguía con su sonrisa dibujada de oreja a oreja.



Una mano gigante salió del agua y se llevó a dos de los soldados, hundiéndolos ante la vista de toda la tripulación. Nadie lloró. Es cierto, eran duros. Pero aún así, no estaban a acostumbrados a semejante acto de finitud. Smith sacó su arma y estirando, con cuidado, la articulación del codo hacia delante, ordenó avanzar hacia la no tan lejana orilla. A estribor, se oyó decir al Almirante que intentaba corregirlo. Que insoportable, pensó el sargento y tenía ganas de decirle a Humo que baje y lo liquide. Pero era mejor esperar. Ya le borraría esa sonrisa imbécil. El movimiento de las aguas era cada vez más intenso. A poco estuvo de darse vuelta la nave, pero por suerte, o gracias al Señor, como bien lo pensaba Humo, pudieron desembarcan en una diminuta playa que daba a un gigantesco acantilado. Decidieron tomar un merecido descanso. Los dos soldados hicieron el trabajo más pesado, mientras Smith, Humo, y el entrometido Almirante, patrullaron la diminuta zona.


Había rastros extraños, indescifrables: telas agujereadas de posibles tiendas de campaña, plásticos de tamaños insospechables. Creía el Sargento que se trataba de algún sórdido campo de experimentación. Por eso, cuando vieron a aquella hermosura recostada sobre la estrecha orilla, les pareció no menos que un milagro: cómo explicar la presencia de una mujer altísima y hermosa, de piernas larga y cabello rubio, en la soledad diminuta de una tierra infértil. Se escondieron. Los cinco detrás de lo que parecía un desfigurado barco de vela. Ella, impávida, completamente desnuda, tirada bajo el sol moribundo. El Sargento marcó la táctica con sus manos. El enemigo debía ser rodeado. Los dos soldados, agazapados fueron por el franco derecho mientras Humo y el Sargento avanzaba por el izquierdo. Sentado, sin movérsele un pelo, mirando la escena grotesca, con aparente ironía el Almirante se sonreía. No la tomaron por sorpresa. Ella no tuvo reacción. Dejó hacer. Humo pensó: mejor así. Los soldados le ataron las piernas con unas lianas. Las manos fueron atadas con los propios pelos de la victima. El Sargento por las dudas le apuntaba. Le apuntaba entre las cejas, aunque la mirada del Sargento se fugaba hacia los delineados y verdes ojos de la mujer. Ella le llevaba entre dos y tres cabezas, debían tener cuidado. El primero en abordarla fue Humo, que andaba desesperado, Smith lo dejó hacer. Toda la tripulación le tenía respeto, había sufrido torturas de todo tipo en las diversas batallas del pasado. Era una justa recompensa. Brincó Humo sobre el cuerpo de la mujer y fue, cortés, dando besos por toda la larga trayectoria de la pierna derecha hasta llegar, luego de unos minutos, al punto de unión. Los truenos de un cielo lejano, como golpes a una puerta, amenazaron la sed de la patrulla. Por prevención, el Sargento ordenó cargar a la mujer hasta la Hidronave; no fue, como pensó Humo, por envidia y vanidad. Ninguno se percato que el agua estaba más caldeada que nunca, parecida a la boca de una divinidad maligna.



Les llevó un tiempo encontrar el método propicio para cargarla pero, como es sabido, las ansias de navegar mueve el bote. La ataron a la proa, las finas piernas de la mujer quedaron a la intemperie, golpeadas por las olas. Smith destapó una botella, permitiendo que los soldados tomaran de ella. El barco estaba de fiesta. Humo se dio cuenta que mejor era desatarla, ella dejaría que pase de todas maneras. Pero esta vez el turno de Humo se esfumó, ya no había orden en la Hidronave y todos eligieron, como un buen árbol de fruto, una parte de donde degustar. El Sargento se lanzó sobre los finos labios. El barco se movía con toda intensidad. Los soldados fueron hacia los pies. Humo se quedo en la intersección. Cada vez que se movían y caían volvían a la posición, los más expertos, como el Sargento, mejoraban su lugar: de la boca a los pechos. El Almirante miraba satisfecho. Debajo de las aguas, a esa altura danzantes, una especie de cráter empinado se empinaba, y se empinaba y se empinaba, aún más y más. Cuanto más cosas les hacían a la mujer más se empinaba. La nave terminó en alza por encima de las aguas.


De nuevo las manos largas, como cabezas de dragones marinos, penetraron las aguas y agarraron el cuerpo de la mujer desnuda. La mano derecha le dio a la mano izquierda el cuerpo de la mujer desnuda. La mano derecha fue con velocidad hacia el empinado cráter y de manera inexperta, aún, provoco su erupción. Las aguas volaron eléctricas para todas partes llevándose consigo a los soldados, a Humo, al Sargento Smith y su Hidronave.


Un dios, flaco y ágil, se irguió, dejando correr el agua desde sus alturas. El agua, la espuma. Agua que moja el piso del baño. Afuera, lo esperan dioses mayores con poderes aterradores sobre él. Pero ese día, había encontrado el primer goce, y a lo mejor, el único.




sábado, 18 de abril de 2009

canción de amor

entre vos y la paja
me quedo con la paja

entre vos y tu hermana
me quedo con tu hermana

entre vos y tu abuela
me quedo con mi abuela

entra vos y la nada
me quedo con vos
me quedo con vos

domingo, 1 de marzo de 2009

Mina-cué (Fue mina)

Abre los ojos el pequeño sol rojo. Nace como los dientes de leche de un león. Una mujer envuelta en sábanas blancas se acerca al arrollo. Arrodillada bebe el agua con sus dos manos haciendo un puente hacia su boca. Atrás, en las pequeñas casas, comienza la jornada. Los niños tempraneros morenos salen al ruedo como jilgueros cantando en palabras jeroglíficas. La mujer se reincorpora, mira su casa, cruza entre las ramas y deja su cuerpo desnudo justo en la puerta, dobla la sábana y la engancha en un caño en la puerta. Francisco, uno de los pocos hombres, la ve cruzar entre los árboles como un pájaro, como un puente hacia su boca. Lisiado, flaco, casi muerto de sol de hambre de hijos Francisco se para delante de la sábana y aplaude. Grita su nombre (creo que María) Las manos de María corren las sábanas, sin bordados, las sábanas a secas. María saluda y tímidamente le pregunta si hay noticias de Asunción. Ninguna, le contesta él. Francisco la mira, se da vuelta, y de su bolsa de comida, saca panes y verduras que María agarra despacio descalza, ya esta vestida con una remera blanca, fina, cocida por las tejedoras del pueblo. Regalo de su esposo, el que no esta, el ido a la guerra a pelear por el Paraguay. Francisco continúa y casa por casa va dejando la comida. Son unas cuantas casas que apenas pueblan el lugar.
La tierra roja se levanta y los hombres con unas pocas lanzas se enfrentan al ejército que viste con cuero de cerdo, el destino de toda su vida, la piel de cerdo que lleva consigo el Ejercito Argentino.
Su hijo Nicolás, se va pronto. Lo sabe, desde hace un tiempo el diablo lo viene llamando. Sus manos ya son fuertes como para clavar la espada en la cintura negra de los brasileros. María corta el pan despacio, dividiendo no en números matemáticos sino en instintos salvajes de supervivencia. Las camas comienzan a moverse, las paredes de la casa como un colador deja entrar los rallos de sol por todos lados, los gallos a cantan en los estómagos de los 7 hijos que duermen. Entra una señora gorda, madraza, con un niño en su teta, que chupa y chupa, una sangijuela que se salvara de la guerra pero no del hambre. Entra la señora con el niño en su teta y levanta al más pequeño con una caricia en su cabeza. Se sienta al borde de la cama, y todos los niños levantados se acerca a ella. En fila van devorando sus tetas. Mientras María termina de cortar el pan, les da uno por uno los pedacitos de pan a sus hijos. La mitad de pan aún no cortado se lo da a la mujer sentada en la cama. Ella lo agarra y se va. María, agarra uno de los niños que no llego a levantarse y le da de mamar de su pecho, unos segundos luego se lo saca de su pezón. Le da un pedazo de pan.
La virgen, inmóvil en su altarcito pobre, la ve rezar y no hace nada no manda ningún mensaje, no puede hablar. María se arrodilla como los aliados en la guerra se arrodillan con el más allá ese Dios Ingles, esos bancos que prometen alimentar sus barrigas. María se arrodilla y la virgen inmóvil no reza con ella, sólo la mira como a un animal.

domingo, 22 de febrero de 2009

domingo, 8 de febrero de 2009

el amor es una puta servil y obesa